Cuentos Largos de Miedo

Cuando te quedas solo en casa

William recién había cumplido los quince años, su personalidad adusta y carácter propio habían provocado que sus padres tuvieran ciertas libertades para con su persona, la independencia generada por el adolecente sorprendía a sus familiares, un adulto en cuerpo de niño, aun las facciones de William parecían ser las de un chico de menor edad a la que representaba, pero al momento de abrir la boca se notaba el trabajo de sus padres por darle una excelente educación.

Su familia era pequeña, solo sus padres y él vivían en una gran casa de madera en las afueras de la ciudad a un costado de la intersección de carreteras estatales. En las noches, la casa daba un aspecto gótico, la neblina que bajaba de las colinas se agolpaba en las paredes externas del hogar, muchas tragedias habían ocurrido en la carretera debido a este fenómeno. La casa tenía dos grandes ventanales que de lejos daban la impresión de ser un par de ojos enormes y vacíos. Los padres de William acostumbraban a dormir tarde durante las noches de otoño, ocupaban su tiempo arreglando las calabazas que adornarían el porche de su casa, con mucha paciencia daban forma a rostros demenciales con sonrisas retorcidas, hacían esta actividad durante esa hora y a escondidas de su hijo para sorprenderlo en día de brujas. Esa noche su actividad se vio interrumpida, una llamada telefónica en punto de las diez vaticinaban al matrimonio noticias calamitosas que impactaban directamente al padre de William, el auricular quedó colgando del cable en un movimiento pendular. Al otro lado de la línea, la noticia del fallecimiento de la abuela retumbaba en los oídos del señor, quien era rápidamente consolado por su esposa.

La abuela no vivía muy lejos de donde ellos, ya todos sus hijos se habían reunido y estaban en espera del padre de William, quien dudó un poco en asistir por la densa neblina en la carretera y por el pequeño William, quien dormía y no tenía intenciones de despertarlo para darle tan desgraciada noticia, solo la madre del niño entró a la habitación y observó a su hijo dormir, se acercó un poco y en voz quedita le decía que no iban a tardar, salía lentamente para no hacer ruido, dejando apenas emparejada la puerta para que la luz del pasillo alumbrara ligeramente la habitación.

El motor de la Chevrolet Pick-Up 1956 roncaba suavemente, las llantas aplastaban las piedritas de la grama del patio haciéndolas crujir. La camioneta avanzaba lentamente hacia la carretera, eran observados desde la ventana del cuarto de William, los veía hasta que se perdieron en las cataratas de la neblina, en el fondo deseaba salir corriendo tras de ellos, pues sentía una sensación extraña la cual nunca antes había experimentado en su hogar, miedo a quedarse solo en casa durante la noche.

William bajaba las escaleras hacía el primer piso, dirigía sus pasos hacía la cocina, a cada sección de la casa a la que él llegaba, encendía las luces. Sentía sed y el antojo de jugo de naranja lo asaltaba a esa hora inoportuna, no había más remedio, no podría volver a dormir si no mitigaba su necesidad. Con pasos pocos firmes se acercaba a la cocina, escuchaba un sonido continuo y chillante que provenía de ahí, un “vip” no dejaba de sonar y hacía el ambiente incómodo.

William buscaba entre las sombras el interruptor de la cocina, los nervios lo traicionaban, sus dedos torpes no lograban atinar el objetivo, hasta que por fin, un “click” iluminó la cocina. Hubiera sido mejor para él no haberlo hecho, por una parte descubrió que el sonido provenía del teléfono sobre la pared, el auricular estaba descolgado y pendía del cable rizado, sin embargo, para su infortunio, divisó un objeto extraño sobre la mesa del comedor, confusamente parecían cabezas con rostros tétricos y espeluznantes que se mofaban de su presencia, casi dejaba escapar un grito, se sintió tonto al darse cuenta de que lo que lo había asustado eran las tradicionales calabazas que sus padres confeccionaban para el día de brujas, realmente habían mejorado su técnica, el susto que se llevó William no era para menos. Mientras se servía el jugo de naranja en un vaso, se preguntaba por el motivo de la partida de sus padres, pensó que talvez su mamá se había sentido mal, o alguna otra emergencia.

William se apuró a tomar el jugo helado, las calabazas lo hacían sentir incomodo, era como si los ojos finamente diseñados lo observaran, no deseaba seguir ahí en compañía de ellas, colgó el teléfono pues el sonido lo estaba desquiciando, pasó rápidamente su dedo índice sobre el interruptor de luz y la reciente obscuridad a sus espaldas lo hizo moverse con rapidez, llegó a la sala y apagó la luz, el interruptor se encontraba subiendo las escaleras, las cuales las subió corriendo, llegando al pasillo repitió la acción, y corrió hacia su habitación, sentía que la obscuridad le pisaba los talones, por nada del mundo iba voltear la mirada. De golpe entró a su habitación, apagó la luz y dio un brinco sobre su cama, la cual lo recibió con el rechinido de sus viejos resortes, William se cubrió completamente como si con eso pudiera evitar ser visto por ese “algo” que merodeaba la casa. Debajo de las sabanas se sentía más seguro.

Sin darse cuenta, el sueño lo envolvió, se olvidó de los temores que implica para un niño estar solo en una casa, pareciera que su noche había terminado ahí, pero una sensación que solo el jugo helado de naranja podía brindarle lo trajo de vuelta de su sueño, apretaba sus piernas como intentando frenar las ganas incontenibles de orinar, pero no aguantaría más, se quitaba las sabanas de encima, olvidando por completo que utilizaba estas como protección en contra de ese “algo” que merodea, veía el reloj despertador sobre su mesita de noche (1:29), salía de su cama con un salto, apresurando el paso para evitar accidentes, el baño estaba al fondo del pasillo en esa planta alta, pasando de largo las escaleras, William volteaba hacia abajo y todo lucía como una boca de lobo, la completa obscuridad.

Una vez instalado enfrente del retrete, dejaba escapar un suspiro de alivio, la sensación de que el calor abandonaba su cuerpo hacia a su piel erizarse, el chorro color naranja cayendo sobre la poceta generaba un ruido que llenaba el silencio de la madrugada. Los últimos chorritos caían dejando escuchar un sonido lejano, William recordó que se encontraba solo en casa, lo que hizo que cortara de golpe la orina, y ahí estaba ese ruido, familiar para él, pero que aún no relacionaba.

William se acomodaba su pijama y salía del baño prestando atención al sonido que venía de la primera planta, se acercaba a las escaleras y el ruido aumentaba, cuando llegó a los primeros peldaños observó que la luz de la cocina estaba encendida, y el sonido era un “vip” constante. Recordó que había bajado a tomar jugo, ahora no estaba seguro de haber apagado las luces, talvez la prisa de llegar pronto a su recamara hizo que no hubiera oprimido correctamente el interruptor de luz ¿pero que acaso cuando fue al baño no estaba todo apagado? Probablemente no reparó con detenimiento al sentir que iba a mojar su pijama. ¡Pero el teléfono! estaba casi seguro que lo había colgado, ¿Se habría caído del gancho que sujeta el auricular? Estaba resuelto a comportarse como una persona racional, los fantasmas no existen, no hay nada fuera de este plano terrenal, se repetía constantemente mientras bajaba los escalones, peldaño a peldaño.

El sonido del teléfono descolgado lo desquiciaba y a la vez lo perturbaba, una vez que llegó a la planta baja avanzaba hacía la cocina pero esta vez sin prender las luces, no se comportaría como un niño temeroso. La luz de la cocina lo guiaba entre las sombras, se paraba en el marco de la entrada a la cocina, el teléfono estaba colgando, moviéndose pendularmente, como si alguien lo hubiera descolgado recientemente, se acercó al aparato y lo colgó en su gancho, el “vip” desapareció, solo quedó el silencio de la madrugada, en un esfuerzo por probar que no tenía miedo, volteaba a ver a la figuras sobre la mesa, eran tres calabazas, ahora las podía contar, dos estaban terminadas y una estaba en proceso de ser acabada.

Las que estaban listas eran similares, la diferencia entre ellas era la forma de la boca, ambas tenían los ojos circulares, eran unos ojos profundos e inexpresivos. Pese a que eran calabazas sin ojos, William sentía que no podía sostenerles la mirada; una de las calabazas sonreía, su sonrisa era alargada, apenas y se entreabría su boca, algunos colmillos estaban finamente detallados a lo largo de su sardónica “carcajada”.

La otra calabaza era la expresión opuesta, aunque esta calabaza no tenía una forma circular perfecta, más bien era ovalada, como si hubiera sido aplastada por los costados, su expresión era alargada también, pero era un semblante triste, una mueca perturbadoramente infeliz, era el rostro del sufrimiento, sus ojos parecían no tener fondo, William se sintió abrumado, rápidamente desvió la mirada a la tercera, esta solo tenía los ojos y la nariz tallados, su mirada era pesada, tenía confeccionada unos ojos que asemejaban a los humanos, estaba tan bien realizada esa parte que se sentía observado por esa calabaza, su nariz tenían la forma de las fosas nasales en los cráneos, y el hecho de no tener boca le daba un aspecto estremecedor. William pensó que las había visto ya por mucho tiempo; se alejó pero esta vez sin correr, lo hizo lentamente, se aseguró de apagar la luz y caminó entre las sombras, cuidadosamente.

A cada paso que daba creía escuchar ruidos; ruidos sobre los cristales de las ventanas, intentaba pensar que era la presión del aire que las hacía vibrar o algún insecto que chocaba contra los vidrios, pero la mente humana está contaminada con miles de imágenes aterradoras, se imaginaba unos dedos alargados y deformes con uñas crecidas tocando la ventana, tratando de llamar su atención. Las maderas de las paredes y el suelo crujían, él sabía que se trataba de la estructura de la casa que se expandía y asentaba, pero una vez más su mente le jugaba una mala pasada, se imaginaba seres monstruosos reptando por el piso, buscando tomar uno de sus tobillos. William luchaba contra su fértil imaginación, pensaba en cualquier otra cosa para desviar sus pensamientos, trataba de comprender el por qué sus papás se habían ido y el por qué aun no regresaban.

Fue entonces que creyó escuchar un susurro, y una vez más trataba de calmarse pensando que el cerebro reproduce sonidos en la cabeza cuando el sistema nervioso se encuentra inestable. Pero el susurro seguía, y a cada paso que se acercaba a las escaleras, se escuchaba con mayor nitidez. Subía los peldaños con pasos tiesos, estaba muy asustado y no comprendía muy bien lo que sucedía. El murmullo parecía decir algo, un nombre.

“…ly”

William detenía sus pasos, para escuchar con detenimiento, no hubo más susurros, solo el crujir de las maderas y ventanas. El joven llegaba a la segunda planta, tenía la mirada agachada, no pretendía levantarla sino hasta llegar a su cuarto.

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“…ily”

Una puerta más adelante de su cuarto, estaba una habitación de estar. En ella se encontraban un televisor, una sinfonola y una diana para dardos, la puerta estaba abierta y de ella salía una luz parpadeante, y el sonido apenas audible de la televisión. Estaba encendida y era seguro que alguien la veía, lo deducía por los cambios de luz que esta hacía, comprendía que alguien estaba cambiando los canales. Decidió apersonarse en el cuarto de estar, ¿Sería que sus padres habían llegado mientras él estaba dormido? Una sensación hosca se revolvía en su estómago. Pasaba a lado de su cuarto sin voltear a ver en el interior.

“…Wily”

El cabello de su nuca se erizaba, creía haber escuchado al murmullo decir su nombre, el cual desaparecía con el sonido de la programación televisiva que abruptamente cambiaba al de la estática. William se acercaba temeroso a la puerta abierta, la luz se hacía más intensa. “¿Mamá?” “¿Papá?” “¿Están ahí?”- preguntaba Wily, sin obtener respuesta.

William se colocaba en el umbral de la puerta, y veía a su padre sentado en el sofá reclinable, este sostenía una calabaza, la cual decoraba con mucho cuidado, le daba forma en la parte de la boca a la de una encía humana, a la vez, trataba de prestar atención al televisor que en ese momento se encontraba reproduciendo estática. “Creo que se fue la señal”- decía su padre. William sintió un gran alivio, su corazón desaceleró pulsaciones y un sentimiento sobrecogedor lo abrazó.

-¿Ha donde habían ido? He tenido una noche complicada pa´, ¿En dónde está mi mamá?

-Entra hijo. Ella está bien. Toma asiento.

Una sombra robusta se movía en el fondo de la habitación, William daba un salto, y preguntaba angustiado a su padre si había visto lo mismo que él.

-Si hijo, no te preocupes, es la abuela.

La respuesta pudo dejar aún más aliviado al angustiado William, de no ser por la puerta del cuarto a su espalda que se cerraba de golpe, el sonido de la madera crujía con fuerza al momento de azotarse, un alarido prolongado y enloquecedor retumbaba en todas las habitaciones de la casa, los cristales de las ventanas vibraban y se estremecían al grado de parecer que estallarían en miles de pedazos.

La casa se sumergía en la densa neblina.

Al día siguiente, el sheriff Adam Carson visitaba la casa del matrimonio accidentado, las condiciones climatológicas a esa hora de la noche hizo imposible la reacción de Peter O´Hara, padre de William, un tráiler se impactaba de frente a la camioneta Pick-up del 56. Peter quedó irreconocible, sus miembros tuvieron que ser buscados y recogidos del pavimento. Bárbara O´Hara, esposa de infortunado conductor, perdió las piernas y resultó con diversos y graves golpes, se encontraba en coma inducido en el Hospital de St. Angel Bellem.

Iban a un velorio. El sheriff se acercaba a casa de los O´Hara a dar la trágica noticia al pequeño William. Parecía no haber nadie en casa, tocó la puerta en varias ocasiones, se asomó por las ventanas, lucía deshabitada. Adam estaba un poco preocupado por Wily, buscó la llave de repuesto debajo del tapete de entrada y en las macetas que adornaban el porche, sobre la tierra negra de uno de los jarrones brillaba el metal de la llave que daba acceso a la entrada principal. Adam la abría lentamente, algo no estaba bien, lo sentía. Hacía un fuerte frío en la sala. Un ruido molesto se clavaba en los oídos de Adam.

Desde la sala observaba como el auricular del teléfono de la cocina colgaba de su rizado cable.Se acercaba para colgarlo y deshacerse del molesto sonido, ignoró por completo las tres calabazas sobre la mesa, aunque no pudo dejar de apreciar la inquietante calabaza con ojos humanos y boca con forma de una sonrisa despojada de labios, una mueca que mostraba las encías, le recordaba al rostro de Peter después del accidente. Detestaba Halloween. Adam salía de la cocina dispuesto a buscar a William. Un silencio sepulcral llenaba todos los rincones de la casa, el cual era perturbado por un murmullo apenas audible que provenía de la segunda planta y dejaba inquieto al sheriff.

“…am”.

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Acerca del autor

Pedro Luna Creo

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