Cuentos Largos de Miedo

La huida

Cuento enviado por Miguel Tébar (fan del blog y autor líder invitado)

Un par de mujeres se encontraban escondidas en uno de los improvisados almacenes del diezmado hospital. Mercedes, una mujer inteligente y fuerte de espíritu, podía más o menos controlar su patética situación mejor que su amiga. La verdad es que era complicado, sobre todo para un par de enfermeras desarmadas y acosadas por numerosos reanimados. De pronto, unos golpes en la puerta y estridentes gemidos. Los llevaban oyendo todo el día. La puerta estaba cerrada con pestillo y reforzada con varios armarios metálicos, pues tenían que contener a varios grupos de caníbales muertos que les aguardaban en los pasillos del hospital.

Pero la puerta no aguantaría todo el día… Mercedes y su compañera se miraron mutuamente. Después observaron por la ventana del almacén. Podrían bajar por la escalera de incendios a la calle. Pero… ¿a la calle? En el exterior no paraban de oírse los escalofriantes gemidos de los muertos. De vez en cuando, se oía gente chillar, objetos romperse y alguna que otra explosión. Llevaban allí horas asustadas y cansadas…escuchando el terrorífico ambiente en un silencio lleno cantos de muerte.

Tenían que encontrar otro refugio mejor, tal vez en alguna de las fincas cercanas. Era ahora o nunca. Al minuto, Mercedes y su compañera se encontraban bajando silenciosamente las escaleras de incendios. Llegaron abajo y se escondieron detrás de un coche empotrado. En ese momento, vieron a un hombre que corría despavorido por la calle, frente a ellas, delante de un grupo de cinco de esos seres. Comprobaron con horror, que los muertos aunque lentos, eran tenaces y no escatimaban en número.

El hombre se echó al suelo aterrorizado sin una razón lógica, exceptuando el terror más absoluto. Sus agresores empezaron a devorarlo como si fueran leones dándose un banquete con un ñu. Las mujeres permanecieron quietas como estatuas mientras las bestias no muertas se comían al hombre. Los chillidos del desconocido eran increíbles… agonía pura. Al rato, los monstruos se marcharon con un rugido ronco hacia un lugar indefinido y desaparecieron de la vista.

La calle quedó vacía y silenciosa de nuevo. Desde allí divisaron una lavandería con la persiana medio subida. Sin demora, se dirigieron hacia su nuevo escondite pero antes de entrar, dieron un rápido vistazo agachando la cabeza por debajo de la persiana. Parecía vacía y no se lo pensaron más, ya que cualquier cosa era mejor que estar en las calles a la vista de cualquier amenaza. Una vez dentro, bajaron la persiana muy despacio hasta el suelo.

No se veía nada allí. La compañera de Mercedes, fumadora nata desde hacía muchos años, sacó un mechero recargable y lo utilizó para guiarse en la oscuridad. Avanzaron en silencio a través de la penumbra mientras los destellos del encendedor alumbraban el camino. Una vez más, alguien gritando en alguna parte como si estuviera en un matadero, y tal vez lo estuviera…

Las dos mujeres reanudaron su tortuosa marcha a través de la oscuridad y vieron al fondo de la estancia, una salida trasera hacia la calle, pues se veía la luz diurna por la rendija. Tendrían que conseguir llegar a algún edificio cercano y resguardarse en un piso de verdad. Este lugar era inseguro, muy inseguro. Llegaron a la puerta trasera y Mercedes intentó abrirla. Esta parecía abierta y la mujer comenzó a abrirla muy lentamente. La salida daba a la calle paralela y no parecía haber actividad zombi en toda la vía. Además, había dos portales en la finca de enfrente, justo lo que estaban buscando. Al minuto, las dos mujeres salieron despacio mientras miraban a todas partes. Llegaron al portal, el número 23, pero la puerta estaba cerrada a cal y canto. Se pusieron muy nerviosas, pero siguieron avanzando hasta el otro portal.

El número 25 tenía la cristalera rota. Detrás no parecía haber nadie por lo que metieron la mano, abrieron la puerta y se colaron dentro. Un enorme ventanal que daba al otro lado del pequeño edificio, iluminó un patio antiguo pero amplio. Ahora deberían de encontrar una vivienda abierta. Las chicas pensaron que no sería muy difícil, dado el nivel de caos al que había sido sometida la ciudad. Esperaban con todas sus fuerzas no encontrar oposición, pues estarían perdidas de verdad.

Se dieron cuenta de que sus zapatos hacían algo de ruido en el terrorífico silencio que reinaba, así que sin tapujos, se los quitaron para no llamar la atención a visitantes no deseados. Se acercaron a las escaleras y empezaron a subir al primer piso. Era una finca muy antigua. Las plantas eran tan pequeñas que parecían descansillos. Tenían únicamente dos puertas enfrentadas una a la otra. Había un pequeño ventanuco en cada piso, permitiendo una iluminación razonable gracias al fuerte sol de verano.

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Cuando llegaron a la puerta número 1, se percataron de que estaba entreabierta. Mercedes empezó a abrir la puerta despacio. Entonces, oyeron el sonido de una puerta abrirse en uno de los pisos superiores. Las mujeres asustadas, entraron dentro de la vivienda y cerraron la puerta. Allí dentro olía a la presencia de la muerte. Parecía un piso pequeño, estilo años sesenta. El corto pasillo en el que estaban, tenía dos puertas a la izquierda, ambas cerradas, y al fondo, un cuarto que les pareció un pequeño salón, pues desde allí, no podían verlo todo entero.

La ventana del salón no tenía cortinas y la luz entraba a raudales. Avanzaron hasta el final del pasillo y se quedaron quietas, justo antes de entrar en la sala de estar, o lo que quiera que fuese ese nauseabundo lugar. Lo que vieron les horrorizó. En medio del salón, a unos tres metros de ellas, había un zombi parado de espaldas, como en trance, al lado de un clásico sillón de cuero marrón oscuro. Era bastante corpulento. Mediría por lo menos un metro noventa y tenía unas manazas terroríficas.

Vestía un pijama negro y repugnante que estaba hecho jirones. Había una puerta más en el salón, que daba a un minúsculo dormitorio lleno de charcos de sangre. Las dos mujeres, se detuvieron en seco y comenzaron a retroceder de espaldas hacia la puerta de salida. El monstruo comenzó a gemir y se giró de súbito. El rostro de un hombre de unos cuarenta años, ceniciento y demacrado, las miró a la cara. La criatura se lanzó al ataque emitiendo un ronco y horrible gemido.

Las dos mujeres se dieron la vuelta de repente y huyeron hacia la salida despavoridas. La compañera de Mercedes, pisó algo en el suelo que la hizo gritar de dolor y cayó a tierra. Mercedes intentó levantarla pero el muerto se le echó encima dando una arrancada mortal. Empezó a morderla en las piernas y Mercedes, superada por la situación, cayó al suelo de culo. Mientras su amiga era devorada, Mercedes se levantó y salió de la vivienda corriendo hacia la planta superior mientras gemía de horror y apenada por el destino de su compañera.

Cuando llegó a la segunda planta, una de las viviendas estaba abierta y una anciana con las cuencas oculares vacías salía en ese momento. La anciana intentó agarrarla pero Mercedes pasó por debajo, rápida como una gata, y esquivó el ataque. Siguió subiendo hasta la tercera planta cuando se percató que otra de esas cosas bajaba lentamente por las escaleras bloqueándole el paso hacia la cuarta planta. El no muerto estaba en calzones además de faltarle ambos brazos.

La mujer oyó como alguien subía por las escaleras de abajo… lentamente. Mercedes se fijó en que una de las viviendas de esta planta tenía la puerta entreabierta. Se fue hacia ella velozmente y entro dentro. La puerta quedó cerrada tras ella y al poco, se empezaron a escuchar porrazos en la misma. La mujer se dio cuenta de que las llaves estaban puestas en el cerrojo, así que las cogió y dio un par de vueltas al cierre. Nunca se sabía si esa destartalada puerta aguantaría.

La casa era muy parecida a la anterior, pero aquí no olía a muerte. Se respirada un olor a ropa vieja y a tabaco y todo el suelo, estaba lleno de prendas y herramientas. Mercedes abrió la primera puerta a la izquierda del pasillo. Un sucio y maloliente baño. La segunda, era una pequeña cocina y el salón, que era un pequeño habitáculo con muebles de mimbre y un recio armario de madera, contenía a su vez el dormitorio, que no era más que un hueco en la pared con un pequeño catre.

Después de reforzar la puerta con el grueso armario del salón, se acercó a la ventana y corrió un poco la grasienta cortina. Se veían muertos campando a sus anchas por muchas calles y era una locura volver a salir. Tendría que conseguir víveres o morir de desnutrición. Podría intentar saquear las viviendas de este edificio. Pero para eso, tendría que aprender a luchar contra sus agresores. Era luchar o morir, no había otra.

Mercedes recogió del suelo una pesada llave inglesa y se sentó en una de las banquetas de mimbre. No sabía lo que le depararía el futuro en este fin de los tiempos, pero lo que sí sabía, era que no se iba a rendir sin luchar. Al rato, se escuchó a alguien gritar en el piso de abajo. Los caníbales que golpeaban la puerta con fervor, se alejaron de ella, seguramente atraídos por el chillido.

Después de largos minutos, todo quedó en silencio y Mercedes, completamente agotada y débil, aprovechó esta tranquilidad para echarse en el sucio y acartonado catre. Esa tarde tuvo una pesadilla insoportable y cuando despertó, por un momento, pensó que todo había sido un sueño. Después, se incorporó sobre la cama y se lamentó el haber soñado una pesadilla, pues despertaba en otra mucho peor.

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