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La peste del sótano (Segunda parte)

(Para leer la primera parte, click aquí.)Mientras Donald regresaba yo rezaba para que todo estuviera bien, mis temores de que algo oculto se resguardase ahí, me ponían inquieta, mi marido ya había tardado, y me devoraba la ansiedad. Cuando a punto estuve de poner un pie fuera de la cama, él regresaba de entre las sombras, me pedía calma, me explicaba que no había nada extraño, el olor no lo percibió pero me prometía que revisaría en las tuberías que sobresalen de las paredes del sótano, tal vez alguna rata muerta se alojaba ahí. Del lamento, no volvimos a hablar… serían mis nervios. La peste desapareció a los días siguientes, me sentía en calma nuevamente, las noticias lejanas de los asesinatos de Long Island se iban difuminando, me desconectaba de cualquier nota roja en los medios locales; todo volvía a la normalidad. Hasta hoy.

La peste me despertó esta noche, el olor a sudor agrío y cloaca me sustraía violentamente de mis sueños, me llevaba las manos a la boca, daba amagos de vómito, cubría mi nariz con un pañuelo que siempre cargaba para mis alergias, volteaba a ver a Donald, él dormía profundamente, con una calma asombrosa, ausente de los terribles olores. La locura volvía a mí, el sucio y despreciable olor aumentaba, sentía como el hedor ascendía del suelo a las paredes, y ahí, en ese maldito momento, un nuevo lamento emergía, retumbaba con fuerza, como si el infierno se abriera para dejar escapar sonoro alarido, me quedé inmóvil, esperando que todo fuera producto de mi agotada imaginación. Supe que era verdad al oír estridentes y diversos ruidos que provenían desde abajo, golpes a las paredes, y pequeños sollozos.

Era como si un alma se lamentara y clamara por la paz de su descanso, sentí como mi corazón se aceleraba a causa del temor, traté de despertar a Donald pero este no regresaba de su sueño. Mientras que el olor y los ruidos se intensificaban, mis nervios se crisparon al escuchar ruidos fortísimos, un golpeteo intenso sobre las puertas del sótano, fue ahí que mi esposo se enderezó, sus ojos impregnados de asombro me volteaban a ver, no dando crédito a lo que oía.

Rápidamente se ponía los pantalones mientras me exigía guardar silencio, bajaría a revisar lo que sucedía, le rogué que no lo hiciera, que permaneciera conmigo, fue inútil, me abrumé al verlo salir por la puerta y perderse en la obscuridad, segundos después, decidí ir tras de él, mientras avanzaba con pies descalzos, escuchaba como del suelo nacían nuevos lamentos, voces torturadas se elevaban como fantasmas.

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Salí de la casa para dirigirme al sótano, al llegar patio trasero, podía ver totalmente abiertas las puertas que conduce a la parte subterránea, los gritos habían cesado, ahora se escuchaba un débil lamento, temí por Donald. El nauseabundo olor seguía impregnado en el aire, me acerqué con pasos temerosos, llamaba a mi esposo por su nombre sin recibir respuesta, una vez parada sobre la entrada, dude en bajar, pisaba desconfiadamente los escalones de concreto, los sentía fríos bajo las desnudas plantas de mis pies, pisaba una sustancia liquida y espesa sin poder atinar a decirles que era, desconocía en donde se encontraba el interruptor de electricidad, recuerden que era la primera vez que me adentraba ahí; el olor se intensificaba, tosía violentamente, porque pese a que cubría mi boca y nariz, el olor era demasiado penetrante, que hacía a mis ojos lagrimar; buscaba a tientas la cadena del bombillo, intentaba no tropezarme, infame sorpresa la mía cuando por fin pude encontrarlo, en un “click”, el foco iluminó un infierno ante mis ojos.

Cuerpos mutilados y colgados del techo del sótano bailaban entre las sombras, instrumentos de tortura (sierra, serruchos, látigos, pinzas, aplasta cabezas, grilletes, un ecúleo, capuchas, etc.) sangre seca en las paredes, pegadas sobre ellas, recortes de periódico con fotos de numerosas víctimas desaparecidas, viseras dispersas en el suelo. La débil luz amarillenta del sótano se bamboleaba lentamente, dándole colores opacos a tan siniestras imágenes, un nuevo lamento reptaba en el piso de la guarida, lo que quedaba de un hombre se arrastraba lentamente con un solo brazo, dejando tras de él un camino de sangre, emitía un lamento apenas audible. Grité horrorizada al ver tan espeluznante imagen.

Mi esposo cerró las puertas del sótano detrás de mí, dejando entrar el aire frío de la madrugada, esa sería la última ráfaga helada que sentiría mi pálida piel, misma piel que en instantes sería despellejada, justo antes de convertirme en un cadáver colgante del sótano de los horrores del asesino de Long Island.

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Pedro Luna Creo

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